A Rosa
Mis apenas siete años hacían circunscribir mi vida a una parte de la calle, en apenas treinta metros transcurrían mis juegos, todo lo demás era aventura, explorar nuevos espacios. Y aventurarse con miedo. Mi abuela era costurera, por eso mi padre era el hijo de la costurera, yo era la nieta de la costurera y mis hijos serian los bisnietos de la costurera.
Pese a que la calle Doctor Dacarrete es relativamente corta, por un tramo de ella nos estaba prohibido transitar. Mi madre, y sobre todo la madre de mi madre, me decían cada vez que iba a un mandao, da la vuelta por Obispo..., y daba lo mismo donde fuera, a la plaza de la Candelaria, al mercado, o a la mismísima calle Columela que hace esquina con mi calle, siempre, siempre tenía que evitar pasar por aquella casapuerta.
Era mi abuela la que si antes del amanecer escuchaba el tintineo metálico de las herramientas en un pequeño maletín de cuero, se asomaba a la ventana tras los visillos, y presignandose murmuraba algo así como ' que dios le acoja, una vida menos', y esa mañana no me dejaban salir a jugar a la calle, ni a mi, ni al resto de mis amigos, la calle Doctor Dacarrete ese día parecía un domingo por la tarde si llueve en Cadiz. De una u otra forma los paseos antes del amanecer, con su maletín de cuero negro, de aquel vecino marcaban el ritmo de mi calle.
Rosario, una de las vecinas de mi edad con la que jugaba siempre, un día me contó que su madre le había dicho que en esa casapuerta vivía el sacamantecas, por eso no nos dejaban pasar por delante. Algún domingo nos cruzamos con la familia 'sacamantecas' cuando venían de misa, entonces, fuera mi madre o mi abuela quien estaba conmigo, me cogian fuerte de la mano y me cruzaban a la otra acera, para proteger mis mantecas , pensaba yo.
Años más tarde, cuando mi familia decidió dejar la casa de Doctor Dacarrete y trasladarse como buenos beduinos a extramuros, mi abuela antes de morir me contó que el sacamantecas en realidad era el verdugo de la ciudad, y que con sus salidas de madrugada con sus herramientas de trabajo, no corrían peligro las mantecas de nadie, sino la vida misma.
Mi abuela me prometió que me contaría todas las historias, esta y otras, pero al poco tiempo murió y se llevó con ella una parte de mi propia vida, incluidas las historias del verdugo de la calle Doctor Dacarrete.
Desde entonces me hago la misma pregunta, ¿si nosotros hemos sido para nuestros vecinos los hijos, nietos y bisnietos de la costurera, sus hijos, nietos y bisnietos serán los hijos, nietos y bisnietos del verdugo?
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