lunes, 28 de diciembre de 2015

Catalin Georghiu




Hace años, cuando decidió venir a España, toda la familia desde su Brasov natal, le preguntaba y ¿porque España? En verdad que con veinticinco años, la carrera de profesor de educación física sin terminar, y un desengaño amoroso en Bucarest, no sabía, y no quería responder a la pregunta. Ha sido años después, ya en la pequeña ciudad del sur, donde le llevó su historia, cuando Catalin creyó encontrar la respuesta, y pudiera ser, al menos eso creía, que la culpa la tuviera el abuelo  de su amigo de la infancia. 

El abuelo, antiguo brigadista internacional en España y colaborador con el equipo de La Pirenaica,  les contaba, cuando apenas tenían los niños diez años,  como era Barcelona, la sierra de Madrid, Valencia..., les hablaba de las huelgas en la España de Franco, de los estudiantes de la Complutense, de los campesinos de Sevilla..., les cantaba el !Ay Carmela¡ con un marcado acento rumano. El abuelo fue depurado por la policía de Nicolai y Elena Ceaucescu, al abuelo y a las historias de España los silenciaron. Pero, al cabo de los años, mientras Catalin se acomodaba para dormir en la puerta de la Caixa, empezó a tararear ! Ay Carmela¡ y se acordó del abuelo brigadista.

El viaje de Bucarest a Madrid en furgoneta es otra forma de cruzar el Mediterráneo para buscar el futuro, pero con menos posibilidades de morir en el intento. Trabajar recogiendo aceituna bajo los hielos invernales de Jaén, con derecho a un trozo de suelo para dormir, un sitio alrededor de una lumbre,  soñando colectivamente con la gente de allí...., deambular por las calles solitarias de aquel pueblo, sentirse extraño, rechazado...

Sigue hacia el sur del sur, independizándose de los compañeros de viaje y de aceituna, independizándose  también de sus recuerdos. Dos años lleva recorriendo las calles de la ciudad, el Paseo Marítimo, incluso, las puertas del Estadio empujando todas sus pertenencias, toda su vida metida en un carro de Carrefour, disputándose salidas de misa, sábados de mercado central y puertas de supermercado, sabiendo que esta forma de 'ganarse la existencia' es transitoria, no puede envejecer solo con su carro y con Leí, un perro, abandonado a su suerte como él mismo.

Pero la de Catalin es una historia de 'integración' y superación , después de un tiempo se cruza en su vida una organización de ayuda a los sin techo, que  le encuentra un trabajo sin contrato, limpia por la noche un gimnasio, al menos algo tiene que ver con aquellos estudios, no finalizados, de profesor de educación física. No es mucho lo que gana, pero lo suficiente para tener alquilada una habitación en una pensión, lo necesario para incluso empezar una relación que ya creía no tendría nunca,  después de la mala experiencia aquella de Bucarest, cuando tenía veinticinco años. Catalin se siente razonablemente bien. Catalin, cuando los sábados por la mañana va con su novia al Mercado Central, da alguna moneda a una rumana que empuja un carro del Carrefour con su vida dentro. Catalin  se encuentra integrado.

Hoy al cruzar el semáforo, enfrente de sindicatos, un hombre encorvado, extremadamente delgado, sentado en una silla de ruedas me ha pedido una moneda.  Era Catalin. Una mala caída le ha dejado sentado para toda su vida y  después de seis meses ingresado en Residencia,  le dieron hace dos semana el alta. Al salir no encontró el trabajo en el gimnasio, ni la habitación de la pensión, ni a su novia. Catalin tararea, ya sin acento rumano aquella vieja canción de ! Ay Carmela¡, mientras intenta bajar de la silla de ruedas para dormir en la puerta de la Caixa.

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