jueves, 12 de abril de 2012

A cántaros, tiene que llover a cántaros.

Cuarenta años ya, y nos lo queríamos perder. Por las calles de Aldecentenera, con Quico y su chaval, con Áurea, con Paloma, conocí a Pablo Guerrero, para llevárselo al sofá de casa y cantar con él a cántaros. La cara que ponía, cuando Adrián de 11 años, le decía de carrerilla sus primeras canciones, sus primeros discos incluso con quien tocaba, era el de un buen hombre, buen poeta, buen músico, como decía, para llevárselo a casa.

A Cántaros

Tú y yo muchacha estamos hechos de nubes
pero ¿quién nos ata?
Dame la mano y vamos a sentarnos
bajo cualquier estatua
que es tiempo de vivir y de soñar y de creer
que tiene que llover
a cántaros.
Estamos amasados con libertad, muchacha,
pero ¿quién nos ata?
Ten tu barro dispuesto, elegido tu sitio
preparada tu marcha.
Hay que doler de la vida hasta creer
que tiene que llover
a cántaros.
Ellos seguirán dormidos
en sus cuentas corrientes de seguridad.
Planearán vender la vida y la muerte y la paz.
¿Le pongo diez metros, en cómodos plazos, de felicidad?
Pero tú y yo sabemos que hay señales que anuncian
que la siesta se acaba
y que una lluvia fuerte sin bioenzimas, claro,
limpiará nuestra casa.
Hay que doler de la vida hasta creer
que tiene que llover
a cántaros.


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